domingo, 6 de julio de 2014

LA SORPRESA DE UNA PRESENCIA DIFERENTE


LA SORPRESA DE UNA PRESENCIA DIFERENTE


En el trasfondo de este texto, profundamente teológico y no de fácil comprensión, permanece la idea de la partida de Jesús y, en el mismo tiempo, su diferente presencia en la comunidad de los creyentes, bajo ciertas condiciones, para que superen el sentimiento de orfandad, debido a la desaparición física de Jesús. La principal de las condiciones, parece decirnos el mismo Jesús, es el amor hacia Él: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos”. La sorpresa es que no se trata de un sentimiento genérico e indefinido de amor, sino de una “vivencia concreta”, que se realiza en cumplir fielmente todo lo que el Señor nos ha revelado, o sea, la totalidad de su enseñanza evangélica, complemento y no abolición, como ya sabemos, de los diez mandamientos. “Guardar mis mandamientos”, entonces, en el pensamiento de Jesús, es equivalente a “observar” sus palabras y cumplir su voluntad.

Esta vivencia nos permitirá también permanecer en el amor de Jesús; sentirnos cercanos y en comunión con Él. ¿El premio? Será el don del “Paráclito”, o sea, del Espíritu Santo. Por ser, éste, de naturaleza opuesta al mundo, queda claro que no podrá coexistir con el y será siempre de difícil acceso: “El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce”. El mundo no lo ve ni lo conoce, porque permanece culpablemente ciego frente a todo lo divino de la vida y a los misterios de la fe; tampoco podrá recibirlo. Hoy en día, en efecto, esta incompatibilidad entre el espíritu y la materia, lo contingente y lo permanente, lo temporal y lo eterno, la finitud e infinitud, la trascendencia e inmanencia, lo divino y lo natural parece haberse amplificada hasta el punto de provocar conflictos innecesarios y nefastas oposiciones.
El Espíritu Santo es la mística y real novedad que el Hijo y el Padre envían a la comunidad discipular, a la Iglesia y a nosotros, para ayudarnos a “comprender” lo que Jesús nos ha revelado. Se trata de un “suplemento de inteligencia” que favorece, en quien lo acepta, la comprensión de la “verdad”, o sea, de la revelación divina: “Yo le rogaré al Padre y Él les dará otro Paráclito”. Es una presencia estable, hasta el fin de los tiempos, y de naturaleza divina, ofrecida a la Iglesia, que nos acompañará siempre y nos ayudará y defenderá contra las insidias del maligno. Es gracias a este texto que nos enteramos de la presencia e identidad del Espíritu Santo, no como una fuerza divina impersonal e ineficaz, sino como persona activa y dinámica de la Trinidad, diferente del Padre y del Hijo Jesús, pero actuante siempre en comunión con ellos. Padre, Hijo y Espíritu Santo, en efecto, constituyen una unidad de tal manera indivisible, que no es posible tener a una de las tres personas sin las otras dos. La misteriosa promesa de Jesús de enviarnos y dispensarnos al Espíritu Santo, con motivo de su partida terrena y llegada al Padre, finalmente se cumple.

La misión de este Paráclito está incluida en el mismo nombre: “estar de lado” (este es el significado del término paráclito) y acompañar a la comunidad creyente de los discípulos y a cada uno de sus integrantes, exactamente como hizo Jesús en su etapa terrenal y como lo sigue haciendo todavía, pero de otra forma. Ahora entendemos mejor las palabras de Jesús: “No los dejaré desamparados, sino que volveré a ustedes”. De hecho, Jesús no nos ha dejado solos. Permanece, entre y en nosotros, con su presencia espiritual, ya no corporal, y con la del Paráclito. A cada uno de nosotros la tarea y el reto de hacerla realidad palpitante y experiencia vital.




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